lunes, 12 de marzo de 2012

Verde que te quiero verde

Imagino que  sabréis que ahora todas las tiendas Inditex tienen bazar on-line. Para los que aún no estéis familiarizados con comprar ropa por internet quiere decir que tienes a tu disposición todas las prendas de la marca para adquirirlas tan rápido como tecleas tu número de tarjeta de crédito. La diferencia reside en que, en vez de verlas en percha las ves encima de una modelo ojerosa y con cara de tener un hambre que te cagas. 
Pues bien, el otro día, curioseando por la página de “Pull and Bear”, vi un vestido que me pareció  maravilloso. Verde, ajustado, con el toque exacto de putilla pero sin llegar a ser de mujer de moral distraída. Pues bien, yo, tonta de mí, al verlo en el cuerpo de ese maniquí escuálido y carente de cualquier tipo de indicativo de curva o rotonda fui a por él y me hice con  la que suele ser mi talla, la S, comprándolo sin más contemplaciones. 
A los dos días ya tenía el paquete, que contenía el vestido, en mi poder. Lo abrí como una niña mongólica  abre un regalo en navidad y cual fue mi sorpresa cuando de ese sobre saco un trapo verde diminuto, ridículo, ínfimo y casi imperceptible. Vamos, que si hubiese existido la Barbie prostituta ese sería el vestido que  le habrían puesto y cuando digo ese quiero decir  ése. 
No daba crédito a lo que veía. Aún así, sabiendo que yo no entraría dentro de ese vestido ni aunque tuviese el poder de hacerme invisible, me lo probé. Y ahí fue cuando toqué fondo. Lo intenté por arriba, por abajo, de lado, juntando las piernas, metiendo tripa, era imposible. Tras lo que me parecieron nueve horas de sufrimiento, nueve horas  de lo que yo denominaría ejercicio físico extremo, nueve horas de hacer todas las posturas del kamasutra yo sola,  entré en el vestido. Me miré al espejo y, a pesar de mi cara color púrpura por el corte de respiración, mis dos costillas rotas y que se me marcaba hasta el páncreas, no estaba tan mal. Intenté andar pero me resultaba imposible mover las dos piernas. Entonces ahí asumí que si quería salir de casa con ese vestido tenía que aprender a levitar. Sentí pena de mi misma y me inundaron unas ganas de llorar tremendas, pero me contuve e intenté ver el lado positivo de la situación, ya que la pinta que tenía, en ese momento, sudando, con la cara morada y andando como una muñeca de famosa, no valía el dinero del vestido. De hecho, barato me parecía con el espectáculo que me estaba brindando gratuita e indirectamente  el señor Amancio Ortega. 
Muy a mi pesar la cosa no acabó ahí ,tenía que quitármelo. Si ponérmelo fue una tarea ardua y complicada, quitármelo fue más difícil que la reconquista. Se me pasó toda mi vida por delante. Incluso, llegué a asumir que moriría con él puesto, lo adoptaría como mi segunda piel y tendría que aprender a vivir con ello. 
Pero bueno amigos y amigas, al final, gracias a dios, pude desprenderme de esa arma de destrucción masiva y respirar. Por otro lado,  mis entradas siempre tienen una moraleja, a una que le gusta  ponerle  a sus textos un toque cutre de fábula del siglo XVIII, y os diré lo que pensé cuando conseguí deshacerme del vestido, debo puntualizar que tardé 3 días enteros, pensé que, en ocasiones, vivimos forzándonos a ser personas que no somos. Nos convertimos en auténticos especialistas en fingir, maestros en la dramatización de nuestras vidas y sobre todo,  nos obligamos  a salir con gente que, reconozcámoslo, somos conscientes de que no nos llevará a ninguna parte excepto a perder el estupendo tiempo del que disponemos. 
Así que, disfrutemos del maravilloso regalo que es  el ser únicos. Conozcámonos. Aceptémonos. Seamos felices. Al fin y al cabo yo no soy una modelo y el verde no me queda tan bien. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario