Quieres decirle que se quede pero no debes, porque no puedes atarle. No puedes atarte. Solo hay dos palabras sobrevolando tu mente, esas palabras que te dijo en una época en la que erais verdaderamente felices. De pronto, te encuentras repitiendo para tus adentros todo lo que te gustaría decirle, pero no eres fuerte, de hecho nunca lo fuiste, al menos no lo suficiente. El valor se fue escapando entre su desidia y tú desapareciste entre su indiferencia. Le miras y apenas puedes verle, puede que quede algo de lo que tú conociste, haces un esfuerzo por percibir aquello pero no hay ni rastro, simplemente se ha esfumado.
Cierras los ojos y piensas como habéis llegado hasta aquí. Recuerdas el primer beso, ese que hizo que todo tuviese sentido, y repasas cada detalle de ese instante que inmortalizaste en tu mente. Un beso real y a la vez perfecto, un beso que consiguió definiros y que os salvó de vosotros mismos, un beso que os conquisto, que os arrastró y que seguramente os separará.
Vuelves del mañana al ahora y te encuentras de nuevo con tu realidad, en ocasiones la realidad es una auténtica zorra egocéntrica. Él se incorpora y se dispone a recoger los pedazos de su vida que han quedado en la que un día fue vuestra casa. Una pequeña maleta es suficiente para guardar todo lo que fuisteis. Por tu mejilla resbalan lágrimas que morirán en algún lugar de tu cara, te prometiste no llorar cuando este momento llegase, pero una vez en el no puedes evitarlo. Él te dice que no llores y tú solo piensas en el titánico esfuerzo que hicisteis los dos para hundiros, empujasteis hacía abajo con todas vuestras fuerzas y lo peor es que ni siquiera lo hicisteis juntos.
Se oye el ruido de la puerta, él tira su equipaje en el suelo y respira hondo unos instantes. Tú no puedes mirarle, eres incapaz de ver cómo se va. Entonces es cuando se aproxima y te mira, con ese modo de mirar tan suyo que hacía que te temblasen las rodillas y te sorprendes al ver que todavía es capaz de conseguirlo. Está tan cerca de tu cara que apenas puedes respirar. Te besa y volvéis por unos instantes a vuestro pasado, un punto y final que dice todo y a la vez no dice nada.
La puerta se cierra y tú simplemente piensas que, a veces, las grandes historias de amor empiezan y acaban con un beso.